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Conmemoración de los 30 años de la Constitución Política de Colombia

Iván Marulanda
Senador de la República
Líderes Verdes

México DF, julio 9 de 2021
 
 
Presidente de la Corte Constitucional, Magistrado Antonio Lizarazo. Magistradas, Magistrados de la Corte:
 
Gracias por invitarme a intervenir en este acto, me honra traer como los demás delegatarios presentes el mensaje de la Constituyente, tal como la sentí y me inspiró en aquel momento, 30 años atrás.
Allá fuimos personas comunes y corrientes. Llevamos las razones que nos habían encomendado entregarles a los demás delegatarios las gentes con las que compartíamos nuestros sueños de vida, nuestras preocupaciones, nuestras experiencias y visiones del mundo que nos rodeaba, historias acumuladas por generaciones en los lugares y en los corrillos desde donde veníamos con nuestros mandatos. Cada delegatario llevaba su cartapacio de relatos y recados a manera de encomendero.
 
Juntos, unos con otros, éramos el compendio de lo que pudiéramos llamar el trasiego y el trasunto de la nación. Digamos, sin traicionar la modestia, porque como les dije éramos personas sencillas y sin pretensiones, que llevamos puestos encima pasados que reunidos y entreverados en el seno de la Asamblea bien podían representar buena parte de la historia de Colombia.
 
Nos escuchamos en esas reuniones de trabajo los reclamos, transmitimos con serenidad y en lenguaje coloquial, sin acentos ni dramas, las ideas de cómo reconocernos y cómo sobrellevar las vidas los múltiples grupos que compartimos esta nación, sin tantos sufrimientos ni desacoples, sin tantas humillaciones, sin tantos peligros y sin chocarnos a muerte como ocurría desde hacía decenios, doscientos años quizás, o tal vez desde siempre. 
 
Entonces, lo que escribimos en esa Constitución fueron palabras mayores que no se borran así nada más, ni se pierden en detalles. Son gritos desde el dolor de la historia, sin filigranas ni los tecnicismos de la hermenéutica.
 
Permítanme decirles con respeto, si Ustedes me preguntan cómo entiendo su oficio, Magistradas y Magistrados de la Corte Constitucional, diría que su misión no pareciera que fuera la de seguir el hilo de las palabras por los recovecos de los textos jurídicos recorridos al pie de la letra, tanto como cuidar que ese grito no se apague, se oiga por siempre. Hablo del grito de este pueblo nuestro que antes del 91 había tratado con todas sus fuerzas y desde hacía siglos, entre tierreros y violencias, que se le tuviera en cuenta en sus nociones y opciones de cómo entender la vida y cómo vivirla.  
  
Hasta que pudimos decirnos por fin cara a cara las verdades con calma, de igual a igual, interlocutores que nos hablamos y escuchamos con respeto en la Constituyente, incluso después que muchos se habían odiado quién sabe cuánto y por cuánto tiempo. Y las escribimos en la Carta para que la posta pase de generación en generación. Hablo, Honorables Magistrados y Magistradas, de la Constitución que guardan, que como dije, es por sobre todo grito del que Ustedes son oidores y memoria.
 
En ese espíritu comentaré sobre el medio ambiente en la Constitución. 
 
El “fin del mundo” fue ficción durante milenios de la historia de la humanidad hasta nuestros tiempos. Había sido clave del imaginario y la emoción de los artistas, de las recreaciones de los escritores, de las mitologías populares, pieza maestra de los dominios de las religiones, de las amenazas y los poderes de sus dioses.
 
Las juventudes de nuestro tiempo son las primeras generaciones en la historia de la humanidad que tienen al alcance de sus ojos los confines de la vida en el planeta. El “fin del mundo”, en sentido literal.
 
No es melodrama, es verdad comprobada, revelada por científicos de distintos continentes que miden el comportamiento del clima y del planeta en la sucesión de cada instante y correlacionan y observan los detalles de los fenómenos de cualquier relevancia y hacen cálculos que indican resultados precisos y coincidentes desde distintos confines de la tierra y desde la estratosfera.
 
Esas inteligencias están de acuerdo en conclusiones fundamentales que para este diálogo que sostenemos aquí, pueden sintetizarse con solo decir que si no se detienen las emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta y se logra que la temperatura no cruce la raya de 2º C de aumento de aquí al año 2050, la tierra entraría en deriva incontenible al punto del calentamiento global en el que las temperaturas serían insoportables para la vida de las especies.
 
Este mensaje llega hasta nosotros, pero claro está, va dirigido antes que nada a los descendientes que trajimos a la vida y que tenemos con nosotros y a los que aún no conocemos y a otros que no vamos a conocer. Entender lo que esto significa permite imaginar las presiones que pesan sobre los cerebros y las psiques de las juventudes que salen indignadas y casi desesperadas a protestar en las calles de países gobernados desde la indolencia de otras generaciones que juegan como si nada con su pellejo.
 
De la historia de terror del cambio climático tuvo conciencia la humanidad solo el año siguiente a la Asamblea Constituyente, cuando las Naciones Unidas reunieron a mediados del mes de junio de1992 en Río de Janeiro a los primeros mandatarios de los países del planeta en la “Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo”, conocida como la “Cumbre de la Tierra”.
 
Allí nació el orden mundial para el medio ambiente, empezaron a ponerse en línea las comunicaciones, la información, los centros de investigación científica, las agencias internacionales y se pusieron en marcha agendas mundiales sobre cambio climático.
 
Esta gigantesca y compleja evolución del ordenamiento planetario aún está en ciernes, ha tenido momentos notables en la suscripción del “Protocolo de Kioto” en 1997, en la Cumbre de Copenhage de 2009, en el Acuerdo de París de 2015, así como en más de veinte reuniones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. De todos estos escenarios ha hecho parte Colombia. Las dificultades son enormes para llegar a que este aparatoso proceso empiece a mostrar resultados prometedores, pero es lo que hay.
 
Sin embargo, no es para que nos preocupemos más de la cuenta en esta Sala, distinguida audiencia. No podemos hacer nada, la amenaza de la “emisión de gases de efecto invernadero” que origina el calentamiento global y el cambio climático, corre por cuenta de grandes ligas de países contaminantes, China 21%, Estados Unidos 20%, Unión Europea 15%, Rusia 9%, Brasil 6%, India 5.3%, Japón 4.6%.
 
Estamos en manos de estas potencias, que en su lógica de sostener el ritmo de desarrollo y sus sistemas de vida, no hallan cómo sacrificar el frenesí de los negocios a cambio de que sus poblaciones y todas las demás sobre la tierra, a la larga, puedan seguir vivas. De donde están ranchadas no tenemos cómo moverlas, por más bulla y escándalo que hagamos.
 
De paso comento, esa cruda realidad debiera conocerse mejor en Colombia para evitarnos la teatralidad y la demagogia de políticos dedicados a empanicar a las gentes y a soliviantarlas con heroísmos impostados y discursos dramáticos y huecos, que no dejan títere con cabeza y no sirven de nada útil.
 
Lo que sí debiéramos tener claro, es el grito de la Constituyente que como decía, no se originó en las evidencias científicas que hoy se tienen, sino en las voces indígenas que nos llevaron la palabra de la “Pachamama” y en la intuición de todos y el conocimiento que teníamos sobre la materia en la época.
 
Los mandatos que tiene la Carta para la conservación de nuestros ecosistemas que son fuente de vida y que se agotarán si persistimos en su destrucción, son precisos y suficientes para el guion que nos toca representar en el concierto de las naciones y para el cuidado de nuestra propia supervivencia.
 
De la manera más sencilla digamos que las instituciones, las comunidades, las personas y las empresas en esta nación tenemos el mandato de guardar y potenciar las riquezas naturales y la vida en nuestro territorio, para que no sigan amenazadas, sean sostenibles y más que eso, cada vez estén más protegidas y de esa manera nuestra existencia y la de los nuestros no solo sea posible, sino amable.
 
La pobreza de centenares de miles de personas que devoran la invaluable riqueza de nuestros bosques tropicales húmedos, únicos sobre la tierra, que envenena y seca fuentes de agua, que erosiona y esteriliza suelos, es enemiga poderosa de nuestros ecosistemas y por lo mismo es cuestión central del oficio público que nos ocupa aquí. Si no eliminamos la pobreza en poco tiempo, no tendremos más la exuberancia de la naturaleza que hemos conocido, sino desiertos.  
 
Igual o más peligrosos en el horizonte de vida de nuestro pueblo son los gobiernos capaces de hacer cualquier cosa con tal de recaudar tributos fáciles para despilfarrar con fines electorales y aparentar éxitos con cifras engañosas de exportaciones de materias primas extraídas de la explotación desaforada e indiscriminada del subsuelo.
 
Ni hablar de sus amigotes que les hablan al oído mientras por debajo empujan trámites y cobran comisiones a cambio de conseguir venias permisivas y licencias que crean derechos adquiridos y viabilizan inversiones que vistas a la luz del bien común, resultan inmorales por su impacto demoledor y el daño irreparable al equilibrio ambiental, cuando no son otra cosa que negocios chuecos para el país.     
 
Quiero comentarles que como miembro que soy de minorías en el Congreso, veo con angustia e impotencia desfilar a diario esa ordalía que denunciamos sin eco alguno en los centros de poder. Nada más pobre que los controles y los compromisos ambientales en el ejercicio público y la actividad privada de este país. La biodiversidad de Colombia, de las más ricas del planeta, está en absoluta indefensión y bajo saqueo, no la cuidan ni el Estado, ni los colombianos de a pie, mucho menos los inversionistas extranjeros cuando pisan nuestro suelo con pie de conquistadores.
 
Los presupuestos públicos para estos destinos son miserables y las instituciones menesterosas que los administran dan grima por indolentes o despistadas. Cuando resultan soportadas en cuerpos técnicos solventes, comprometidos con el país y bien encaminados, los asfixian las presiones políticas y las amenazas desatadas desde poderes políticos y monetarios arrogantes y apabullantes.
 
Cada vez pienso con más convicción que nuestra Constitución está virgen. Ninguna de estas tropelías debiera tener lugar si al Estado y a la sociedad los gobernaran conciencias leales a las instituciones ambientales que nos dimos en el 91. Es cuando los ciudadanos volteamos la mirada hacia el poder de Ustedes, Magistradas y Magistrados de la Corte Constitucional, en su majestad de Jueces de última instancia, no solo jurídica sino de salvación de las instituciones democráticas que nos dimos para civilizarnos como sociedad y para subirnos a la ruta del progreso sostenible.
 
Dejo de remate una última cuestión que es trascendente, porque pertenece a la quinta esencia de la Constitución. A las comunidades se les quiere arrebatar el derecho del uso de la palabra y de que sean tenidas en cuenta cuando se decide lo que se quiere hacer y se hace con su destino y con el destino de su entorno, con sus paisajes, sus recursos naturales, sus economías y sus formas de vida, sus culturas y hasta con sus propias vidas, no obstante que la Constitución no puede ser más clara al respecto de las consultas populares en la materia del derecho al medio ambiente sano y en otros derechos humanos.
 
Poblaciones colombianas están expuestas al atropello impune de compañías multinacionales a las que les importa un bledo arrasar con culturas autóctonas y paisajes, con ecosistemas y formas de trabajo y producción de nuestras comunidades, con tal de sacar sus tesoros de nuestro subsuelo y llevárselos a sus arcas en el exterior.
 
Honorable Corte Constitucional, no permita que se birlen más las consultas populares que ordena la Constitución, ni que se burlen con artificios tecnológicos ni se les quite transparencia con la promoción de promesas falsas y el derrame de regalos y dádivas con las que engañan en los territorios a gentes incautas y desinformadas y se les lavan sus cerebros y se les compran las conciencias. A ese paso, esta nación terminará despojada. Muchas gracias.

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