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“Que le quepa el país en la cabeza”

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Buscando dirigentes capaces en un país del que desconocen sus realidades

José Pablo Pinilla Salazar
Equipo Verdes Universitarios de la Pontificia Universidad Javeriana 
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“Que le quepa el país en la cabeza” es una afirmación que se repite de manera reiterada en los medios de comunicación y en la opinión pública cuando se acerca la elección de un cargo público, como puede ser la elección de la cabeza de algún órgano de control o del propio presidente de la República. Que surjan estas afirmaciones, que ponen en duda la capacidad del aspirante, no nos debería sorprender en un país como en el que vivimos.
Por ejemplo, tenemos un expresidente que estuvo inmerso en un escándalo por compra de votos por parte del narcotráfico de la ciudad de Cali, un expresidente que repitió mandato con un Senado en donde más del 30 % fue posteriormente investigado por parapolítica, unas elecciones presidenciales con dos campañas presuntamente empapadas con una de las multinacionales latinoamericanas más corruptas del siglo, los últimos fiscales siendo cercanos al poder y con una experiencia lejana al derecho penal, etc. Podríamos seguir nombrando ejemplos de falta de ética y preparación y añadir que mandatarios capaces en un país como el nuestro son esenciales cuando tenemos un 60% de los hogares que ganan menos de cuatro millones de pesos, un desempleo del 21,4% y miles de otros factores que demuestran nuestra precariedad socioeconómica.

Todo esto para decir que, en resumidas cuentas, los ciudadanos en este momento están buscando legitimidad. Legitimidad que es difícil validar, más cuando la ineptitud, la falta de ética y la corrupción siguen presentes en nuestras vidas; por esta razón voy a ahondar un poco más en estos requisitos y en los cuestionamientos que les hacemos a nuestros próximos dirigentes.

Primero volvamos a este dicho que les mencioné al principio: “que le quepa el país en la cabeza”. De igual manera, decimos: “está más preparado que un yogurt”, “que se ponga la camiseta”, “que lleve el país en el corazón”, etc., pero en realidad no sabemos cuál es la diferencia que existe entre estas expresiones. Las invocamos en búsqueda de experiencia, legitimidad, transparencia, compromiso y serenidad; pero no sabemos si estas frases representen alguno de estos valores.

Sin embargo, “que le quepa el país en la cabeza” es una expresión única que busca una cualidad que muchos dirigentes actuales no poseen y que, en mi opinión, nos permitiría tener un mejor país. Cuando decimos “que le quepa el país en la cabeza”, generalmente nos referimos erróneamente a que el dirigente tenga una visión de país, pero ese no debería ser necesariamente el primer elemento para fijarnos en un candidato: Álvaro Uribe tenía como presidente una visión de país y eso no le impidió tener bajo su mandato el escándalo de Agro Ingreso Seguro que le versó altas sumas de dinero a millonarios y terratenientes, dejando en la pobreza a los campesinos más vulnerables. Otro caso que podríamos nombrar es el del exprocurador Alejandro Ordóñez que tenía una visión de país y aun así en su cargo discriminó y edificó juicios en contra de la comunidad LGBTI, por citar algunos ejemplos.

Por esta razón, para ver esta cualidad, debemos dejar de entender esta expresión como una cuestión de “visión de país” e irnos a la esencia de las palabras. Aunque la expresión sea una metáfora, fijémonos más en su palabra clave: “quepa”. Esta es una cuestión de cupo y, si trasladamos esto al mundo político, significa que el líder o la lideresa político(a) debe tener la capacidad de ingresar en su cabeza los miles de mini países que construyen a un país.

El país del campesino y el de las fuerzas militares son muy distintos. El de la madre cabeza de familia, que trabaja vendiendo empanadas en un puesto en la Jiménez, es diferente al de la madre que vive en Chapinero y es dueña de una tienda de pastelería. El país del empresario de una gran empresa es distinto al que está iniciando un emprendimiento de un local de 2 por 2… Todos los mundos son muy distintos, pero, mientras que nuestros dirigentes no comprendan la diferencia y los ingresen todos en la cabeza, esto desafortunadamente no va a funcionar.

Este no es un pensamiento tibio, no lo tomen así. Porque ese ingreso del país en la cabeza tiene por consecuencia una enumeración de prioridades: ¿en un país tan desigual seguiré dándole exenciones a los millonarios o le apuesto a la redistribución?, ¿en un país tan biodiverso les permito a los petroleros hacer fracking o guio su transformación a las energías renovables?, etc. Si el dirigente tiene todos los mundos en la cabeza, la priorización se hará de forma natural, claro que podrá tener tintes ideológicos y matices. Pero será un país en el que su dirigente sabe todo lo que tiene y, si las decisiones las tomó de una manera que a usted no le gusta, por lo menos usted sabrá que las tomó siendo consciente de todas las condiciones de vida que tenía enfrente.
Parece evidente hacer este ejercicio. Pero, en un país en donde se cree que un empleado de panadería gana en promedio dos millones de pesos, no se conocen todos los mundos y todas las caras.

Joven o viejo/a, sereno/a o vehemente, carismático/a o serio/a; escoja la característica que desee y la visión de país que quiera, pero pongámonos de acuerdo en una sola cosa: ser un país que escoge a dirigentes a los que les caben todos los mini países en la cabeza y que están dispuestos a construir de forma ética, priorizando entre todos los mundos que tienen al frente, pero entendiendo que, si borran del mapa alguna realidad, el país se borra por completo.

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